Jueves 11 de Julio de 2013: Heho y alrededores.


Llegamos al aeropuerto de Bagan a las 6:15 y, aunque casi somos las primeras guiris, al menos ahora está abierto el aeropuerto. A los 5 minutos, hacemos el check in: te acercas a un mostrador que parece el típico stand de quesos del mercadona, enseñas el billete, viene un chico que se lleva tus maletas y las pone en la puerta de embarque, y te dan una cartulina con el resguardo de tus maletas. Ah, y la pegatina, amarilla esta vez, de “Yangon Airways”.

El vuelo muy entretenido. Despegas, a los 25 minutos vuelves a estar en tierra, te piden desabrochar los cinturones mientras los motores están apagados (safety reasons), y a los 15 minutos vuelves a despegar. Y a los 25 vuelves a aterrizar. Y, ojo, que volvía a Yangón luego eh.

Me dormí la mayor parte del trayecto. De hecho en el primer tramo me desperté de un susto del golpe al tocar el avión el suelo.

Salimos del aeropuerto y veo mi nombre en un cartelito. Este conductor birmano parece un chino con rayos uva…

Nos dice que le sigamos. Aprovecho para charlar con el conductor nuevo. Me doy cuenta de que no entiende nada. Le pregunto su nombre. "Chou". Osti, mi guía se tenía que llamar That Ning."What?". "Choo".

Puuuuuuuuuuuuues… bueno, tenía mi nombre en un papel. De algo me conocerá.

Le seguimos expectantes hasta que llegamos a un coche de la guerra civil española. Un Toyota en plan ¿ranchera?, los que el maletero es tan alto como el coche. Pa meter un par de muertos. Las puertas se abren individualmente, cada una tiene su seguro por dentro. Ventanillas a manivela, todas. Sin aire acondicionado. El medidor de la velocidad no funciona. Eso sí, el claxon está afinado. Sin reposacabezas atrás. Todo como plastificado. 

Por asegurarme, le pregunté “where are we going?”, y el hombre me pone cara de “jo, no te entiendo, asi que sonrío”. “Pindaya?”. “Yes yes, Pindaya”. Bueno, al menos nos lleva a donde nos tiene que llevar….

2 horas de camino, consigo entenderle. La carretera… dios mio. ¡Tiene más agujeros que asfalto! Menudo traqueteo. A la hora me va doliendo la cabeza, porque creo que voy forzando las cervicales para no balancearme tanto. Pero a la hora también empezamos a ver unos paisajes…. Alucinantes. Son todo campos de cultivo, pero los cultivos son todos de diferentes tonalidades de verde (que, peazo repollos crecen aquí, un repollo de aquí son 3 de España), y la tierra es de color teja, asi que el contraste es a-lu-ci-nan-te.



Lo único que desmejora el trayecto es la carretera y el hecho de darme cuenta de que aquí dan paraguas a los monjes en lugar de paipai. Eso es que llueve. Y por cierto, hace clima asturiano… nubes y fresco (el guía lleva la chaqueta a su lado, asi que no es percepción mía).


Llegamos a Pindaya. Nos toca pagar 2$ por entrar en Pindaya y 3$ por entrar en las cuevas. Cuento la historia, que me la he leído en la guía: dice la leyenda que siete princesas se escondieron en la cueva huyendo de algo que las perseguía, pero al llegar allí una araña gigante las hizo prisioneras. Afortunadamente un príncipe andaba cerca, asi que llegó raudo y veloz con su arco, y con una flecha derrotó a la araña y salvó a las princesas.



Hay una representación del príncipe matando a la araña en la entrada. Muy mono.

El ascensor de las cuevas no funciona: 130 escalones (sin monos). A medio camino nos toca también pagar 300 kyats por hacer fotos con UNA cámara.

Entramos en la cueva. Es una sala muy amplia, una estupa pequeña (4 metros o 5 de alto) en el centro, y el resto…. Lleno de budas de todos los tamaños. Hay 8000 budas. Es una pasada, impresiona, yo no pensé que fuera tanto. La cueva continua luego por unos pasillos que dan acceso a tres salas más. Mires donde mires, hay un buda. Siempre estás rodeada de ellos. Para darle un ambiente más místico, un hombre se puso a rezar en la estupa, cánticos similares a los de esta mañana en el coche. Cómo retumbaba… genial.


Estamos más de una hora perdidas entre budas. Al salir, Cho nos espera en el coche. Nos montamos y después de dos curvas me dice “du it?”, acompañándolo (gracias a dios) con un gesto de “comer, comer”. Son las doce pasadas asi que decimos que sí.

Nos lleva a un restaurante muy nuevo y bonito en Pindaya, el Green tea. En la orilla del lago, de madera, con plantas… servicio excelente. Guay guay.

Después de comer volvemos al coche. A los 20 minutos nos para en un taller de hacer sombrillas, para ver el proceso y comprar algo si queríamos.

Como vi tan majete al conductor, en una curva que vi el paisaje tan bonito dije: stop! Photo!. Y me bajé, orbayando (que no lloviendo, Asturias total) a hacer un par de fotos al paisaje. Luego el hombre frenaba un poco cada vez q me oía bajar la ventana para hacer una foto. Y nos paró también en un monasterio de madera muy bonito, sin monjes pero bonito.


En fin, que entramos en Nyaungshwe (el pueblo del lago donde nos alojamos), y el tipo gira a la derecha. Y yo ui, pero si el hotel está a la izquierda… raro raro raro, a ver si nos lleva a otro hotel… y no. Para delante de un caseto de cemento, y sale un hombre que abre la puerta pa que salgamos. En un buen inglés, nos dice hola, tal, venid y hablamos de las excursiones del barco y tal y cual. Y yo, sin bajar del coche… ¿quién eres tu...? “That Ning, Thaung Kyi is my friend!”. Acabáramos. Bajamos y nos enteramos de que Cho es su conductor. 

Contratamos una excursión en bote con él, mercado y templos de Indein incluidos (25mil) y el regreso al aeropuerto (20mil).

Y después, para el hotel. Muy chulo, aunque hemos tenido que matar unos cuantos mosquitos ya.

Y poco más. Mañana a las 9 a Kakku!